EL AULA INTERPELA AL MUSEO

Técnica: Mixta-Instalación.
Fotografía toma directa 2x3mts. Círculo cromático 2mts.diam. Escalas de grises 1x4mts. Serigrafías hojas A4. Moldes en caucho de silicona 5x8cm.aprox. Video DVD 4.20min.
Medidas: Variables
Año 2010      

                                   -Profe!, conocés a Miguel Angel?                                                                       –Buonarroti?                                                                                                               -No! El que canta con Mario Luis…

 

El aula interpela al museo.
Una instalación de Florencia Cabeza.

La imagen de un aula vacía, interpela provocativamente la sala del museo de arte contemporáneo. Las sillas desocupadas, manchadas, perturbadoramente quietas y permanentes, exhiben las marcas de su uso, las huellas de estudiantes que año a año pasan por ahí dejando sus señales: un rayado sobre la pared, un esténcil impreso en una silla, un banco trizado, descascarado, un respaldo de silla roto, todos indicios de la masividad de esa aula, de su reiterado, intensivo, desbordado uso. ¿Cómo se usa un museo? ¿no intenta el museo borrar las marcas de su uso, volverse siempre liso, transparente? Si museo tiene una política inmunológica que restringe su uso, el aula lo interpela así desde su masividad.

 

Podríamos evocar, quizá un poco impertinentemente, el blanco sobre blanco de Malevich, para pensar el blanco de la fotografía del aula como un blanco sucio, manchado, o más bien, que deviene mancha —stencil, rayado, restos de yeso—, adquiriendo textura, relieve, opacidad, tornándose material en contraste con el blanco espiritual, puro, institucional y ascéptico de la pared de museo. Se trata de dos instituciones, la escuela (la escuela pública, pero también, la escuela de arte) y el museo, que a partir del blanco como signo, dialogan como inscripción y soporte: la foto muestra el dispositivo escuela, su infraestructura y las marcas de su desgaste, refieriendo a la vez a su propio soporte arquitectónico, la pared de museo.

 

La foto problematiza así las condiciones materiales de la formación artística, no sólo del artista, sino también las del estudiante secundario, poniéndolas en relación a las condiciones materiales de la entidad autorizada para instituir lo artístico (para decidir qué es arte y que no lo es). En el museo lo artístico se contempla como resultado y los procesos de formación del artista y del público, constituyen parte de lo que es necesario omitir, elipsar, borrar.

 

La interpelación del aula al museo, se hace desde un oficio, el de profesora de arte, que adquiere así un lugar de pasafronteras. La profesora transita en los bordes entre la institución artística y aquello que el mundo del arte muchas veces necesita omitir, paradójicamente, para sostenerse. Conoce los contenidos que se elaboran y circulan en la escuela pública, definiendo lo que todo ciudadano debería saber sobre arte. Si subraya el aula vacía es porque sabe también de los vacíos de la escuela (que son también los del museo), de la distancia entre lo que pide el manual pedagógico y el bagaje cotidiano de los adolescentes del conurbano, entre quienes Miguel Ángel es un cantante de cumbia y la Venus de Milo un bocado de Homero Simpson.

 

El círculo cromático se torna así incómoda provocación a la autorreferencia del sistema artístico. Como técnica mecánica de aprendizaje de la teoría del color que apela al uso disciplinado del pigmento, el círculo cromático es un diagrama de formas concéntricas que alude a un orden circular, tautológico, que evoca una institución artística clausurada sobre sí misma. Sin embargo, las serigrafías que reproducen serialmente el esqueleto del diagrama, vienen a fisurar aquella tautología geométrica que bloquea las irradiaciones lúdico-afectivas del arte hacia la experiencia social. El círculo cromático serigrafiado, es trocado entonces en recurso relacional, queda así puesto a disposición del público para ser intervenido, reinventado, re-imaginado.

 

La instalación de Florencia Cabeza, articula lúdicamente un acervo plural de materiales, proponiendo una relación interactiva con el público, a partir de las ya mencionadas serigrafías y de los moldes de silicona para rellenar, pero además, dándole la palabra a otros. La instalación se torna polifónica incorporando las voces de la escuela, haciendo ingresar incluso, las propias piezas audiovisuales de los estudiantes que se intercalan vívidamente en el video que conforma la instalación, como contrapunto a la mirada de la artista. Todo ello, para poner en obra un oficio también relacional, difícil de materializar, pues ¿cómo se materializa una relación de aprendizaje?. Esta instalación, lo hace haciendo ingresar al museo el bullicio de la sala escolar, su infraestructura gastada, sus vacíos, interpelando a tomarse masivamente el museo contemporáneo como escuela, como espacio público a socializar.

 

Fernanda Carvajal